¿Pa´ dónde va la micro?

Hace unos días atrás, iba en micro al centro de Santiago y en el viaje escuché la conversación de dos mujeres que estaban sentadas cerca. Una de ellas era separada y la otra estaba preparando su matrimonio. En un momento una de ellas preguntó: ¿Por qué a los matrimonios les cuesta tanto perseverar? Y la otra contestó: porque durante el pololeo, hay que estar constantemente ganándose y validándose frente a la persona, pero cuando la pareja se casa, uno se olvida que la relación hay que seguir alimentándola, porque creemos que ya está todo ganado. Digo esto porque en la relación con Dios pasa algo similar: si la relación con Él no la cultivamos permanentemente, se va entibiando y perdiendo valor.

Una manera concreta de cultivar la relación con Él es a través de la oración, pero si ella no me lleva a convertir el corazón y a entregarme por entero al otro, amándolo asumiendo el costo que ello significa, puede que finalmente esté cultivando una relación esquizoide y sin mucho sentido. Es difícil pensar el amor de Dios si mi mundo de relaciones está dañado por mi incapacidad de ofrecer ayuda al que lo está pasando mal, o de acompañar al que está solo, o si no tengo una mínima sensibilidad hacia los más pobres.

La relación con Dios se hace concreta en la vida cotidiana y es por eso que, como decíamos al principio, hay que cultivarla constantemente para que a través de nuestra vida y nuestra relación con los demás, vaya tomando sentido y no se diluya como muchas otras cosas.

Jesús en el Evangelio nos hace una invitación concreta y es en ella donde se juega nuestra salvación: ¿Amaste a tu prójimo?

Juan Cristobal Pasini

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