La Encarnación

Sólo el Padre lo sabe” ¿Cuántas veces a lo largo de nuestra vida hemos escuchado esta frase? ¿Cuántas veces hemos oído decir y hemos dicho: “Dios sabe por qué hace las cosas”. Y las preguntas siguen apareciendo. Porque si Dios hace y deshace, ¿qué pasa con mi libertad, regalo que Él mismo nos hizo?; y si se adelanta a lo que cada uno querría elegir, ¿qué gracia tendrían mis respuestas de hija?

Ésta, sin embargo, es una de las grandes interrogantes y desafíos con la que vivimos a diario los cristianos. No es fácil juntar la pregunta sobre el querer del Padre (a qué nos llama, dónde quiere que sirvamos) y nuestras interrogantes (si seremos capaces de responderle y cómo lo haremos).

Pero aunque no sepamos si la senda es la correcta o si estaremos haciendo Su voluntad, tenemos una clara certeza en la cual ponemos nuestra esperanza: Dios a cada momento nos llama a servir, teniendo para cada uno una invitación particular. A María la invitó a ser su compañera de misión, conociendo su entrega, su fidelidad, conociendo su humildad, tal vez no sabría qué respuesta ella daría a esta invitación, pero sólo el Padre sabía a qué mujer estaba llamando.

Es por esto que San Ignacio en los Ejercicios Espirituales nos invita a ser “prestos y diligentes” para poder estar atentos y disponibles a la invitación que el Señor nos hace. ¿Cómo ser sordos a su invitación, sabiendo que el Padre nos conoce perfectamente?. Creo que es justamente aquí donde se juega nuestra libertad, en querer escuchar, en buscar, en hacernos disponibles.

Es probable que en este momento no veamos claramente ni a qué, ni a dónde nos llama el Señor y por lo mismo sólo nos queda estar atentos y buscar, confiando en que “cuando las ramas de las higueras están tiernas y le broten las hojas, sabremos que el verano está cerca”, sabiendo entonces que el Hijo está con nosotros.

Francisca González

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